Hacía tiempo que estaba enfermo pero nunca insinuó siquiera una despedida, nada más que por aferrarse a la vida tan intensa, rodeado del afecto familiar, del brazo de los amigos, de la compañía de sus alumnos. El gran poeta dio nombre al Grupo de Teatro Ambaí, que hoy le rinde homenaje en esta nota al recordar fragmentos de su leyenda.
A las 4.30 de la madrugada del domingo 12 de septiembre pasado, falleció en un sanatorio de ciudad de Corrientes, el escritor y profesor Florencio Godoy Cruz. De ascendencia guaranítica, que le gustaba marcar como referencia en su currículum, su padre era paraguayo y su madre correntina. En esta ciudad nació y vivió siempre y aquí se desempeñó como docente, como funcionario y como persona, compartiendo sus dones y su virtuosismo, al punto de saberlo necesario en cada acontecimiento, respondiendo con su presencia amable y considerada, en el ámbito cultural y literario. Si Florencio no iba a poder asistir, se excusaba con un llamado telefónico, con unas líneas escritas de puño y letra, quizás obsequiando uno de sus libros. No quería estar ausente de la fiesta de la vida.
Había cursado sus estudios secundarios en la Escuela Regional y a ella volvió a ejercer cuando se recibió de profesor en Letras en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). “Cuando terminé mis estudios en la Escuela Regional, el padre Muras, director por entonces del Colegio Salesiano, creyó ver en mí aptitudes de vocación religiosa, por lo que me llevó al Seminario de Córdoba y allí inicié mis estudios de seminarista, siendo también explorador de Don Bosco (los famosos ‘pincha ratas’). Pero una cosa es la bondad y otra muy distinta la vocación, así que, convencido de tomar la decisión correcta, regresé a Corrientes y con el título de maestro fui a dar clases a los tobas del Chaco”, contó una vez para El Litoral.
Realizó un postgrado internacional en Cultura y Comunicación como Gestor Cultural y fue docente en la carrera de Comunicación Social. Fue Delegado del Fondo Nacional de las Artes y fue Director de Cultura en la Municipalidad de la Ciudad de Corrientes. Fue cofundador de la Sociedad Argentina de Escritores y Miembro del Consejo Federal de Cultura y Educación de la Asociación Bancaria Nacional.
Florencio Godoy Cruz era un ser humano necesario para equilibrar lo urgente con lo mágico; escribía poesía aun al caminar, levitando hacia su propio espacio. Se lo podía ver y se lo debía escuchar, era un deber darle paso a su anuncio de visita, le encantaba viajar, sentirse delegado de la palabra, representante de un puñado de ilusiones con su verso. Era ferviente católico, amaba al Padre Pío de Pietrelcina y le dedicó su último libro, de la serie “Del canto mío”.
Cantó a la muerte sabiendo que algún día la vería de frente. “¿Acaso crees que no me es cierta/ la certidumbre de tu llegada/ Muerte?” Interrogó en uno de sus poemas. Desde el hondo silencio, la calma cobijó su cuerpo agotado por el dolor y ya entregado al gozo de lo eterno, antes imploró:
“Como canto ritual y antes de irme/¿se mudará mi piel cual de cigarra/ y enterraré mi voz al pie del árbol/ para volver de nuevo en el verano/ a despertar mi corazón callado?/ Retornaré así en cada estío/ al chirriar feliz del mediodía/ y a la dulce rojez de la sandía”.
Cuesta resignar su ausencia en esta hora de la despedida.
Autora: MONI MUNILLA. Cita de nota del diario El Litoral del 13/09/10. Más información en: http://www.el-litoral.com.ar/
A las 4.30 de la madrugada del domingo 12 de septiembre pasado, falleció en un sanatorio de ciudad de Corrientes, el escritor y profesor Florencio Godoy Cruz. De ascendencia guaranítica, que le gustaba marcar como referencia en su currículum, su padre era paraguayo y su madre correntina. En esta ciudad nació y vivió siempre y aquí se desempeñó como docente, como funcionario y como persona, compartiendo sus dones y su virtuosismo, al punto de saberlo necesario en cada acontecimiento, respondiendo con su presencia amable y considerada, en el ámbito cultural y literario. Si Florencio no iba a poder asistir, se excusaba con un llamado telefónico, con unas líneas escritas de puño y letra, quizás obsequiando uno de sus libros. No quería estar ausente de la fiesta de la vida.
Había cursado sus estudios secundarios en la Escuela Regional y a ella volvió a ejercer cuando se recibió de profesor en Letras en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). “Cuando terminé mis estudios en la Escuela Regional, el padre Muras, director por entonces del Colegio Salesiano, creyó ver en mí aptitudes de vocación religiosa, por lo que me llevó al Seminario de Córdoba y allí inicié mis estudios de seminarista, siendo también explorador de Don Bosco (los famosos ‘pincha ratas’). Pero una cosa es la bondad y otra muy distinta la vocación, así que, convencido de tomar la decisión correcta, regresé a Corrientes y con el título de maestro fui a dar clases a los tobas del Chaco”, contó una vez para El Litoral.
Realizó un postgrado internacional en Cultura y Comunicación como Gestor Cultural y fue docente en la carrera de Comunicación Social. Fue Delegado del Fondo Nacional de las Artes y fue Director de Cultura en la Municipalidad de la Ciudad de Corrientes. Fue cofundador de la Sociedad Argentina de Escritores y Miembro del Consejo Federal de Cultura y Educación de la Asociación Bancaria Nacional.
Florencio Godoy Cruz era un ser humano necesario para equilibrar lo urgente con lo mágico; escribía poesía aun al caminar, levitando hacia su propio espacio. Se lo podía ver y se lo debía escuchar, era un deber darle paso a su anuncio de visita, le encantaba viajar, sentirse delegado de la palabra, representante de un puñado de ilusiones con su verso. Era ferviente católico, amaba al Padre Pío de Pietrelcina y le dedicó su último libro, de la serie “Del canto mío”.
Cantó a la muerte sabiendo que algún día la vería de frente. “¿Acaso crees que no me es cierta/ la certidumbre de tu llegada/ Muerte?” Interrogó en uno de sus poemas. Desde el hondo silencio, la calma cobijó su cuerpo agotado por el dolor y ya entregado al gozo de lo eterno, antes imploró:
“Como canto ritual y antes de irme/¿se mudará mi piel cual de cigarra/ y enterraré mi voz al pie del árbol/ para volver de nuevo en el verano/ a despertar mi corazón callado?/ Retornaré así en cada estío/ al chirriar feliz del mediodía/ y a la dulce rojez de la sandía”.
Cuesta resignar su ausencia en esta hora de la despedida.
Autora: MONI MUNILLA. Cita de nota del diario El Litoral del 13/09/10. Más información en: http://www.el-litoral.com.ar/
Promotor de la literatura correntina
A lo largo de sus 85 años promovió y difundió la literatura correntina en todo el país y el exterior. Aseguran que no hubo una pluma correntina que haya descripto tan bien al río Paraná.
Incansable hacedor, promotor y acompañante de actividades culturales; maestro y escritor. El ambiente cultural de Corrientes y de la región está de luto, se fue uno de sus más grandes exponentes y difusores. Escritor por naturaleza, poeta por elección. Atrevido en una sociedad conservadora, que en un tiempo no entendió a los de su clase. Godoy Cruz ante todo era un promotor de la cultura y de la enseñanza de la literatura correntina. En su haber figuran libros de poemas, a los que se suman, ensayos, textos periodísticos, cuentos y colaboraciones; como así también sus obras integran algunas antologías de autores correntinos. Sus trabajos fueron traducidos a varios idiomas. Muchos aseguran que se sentirá un vacío, pues su tarea de difusión de la literatura autóctona es incomparable.
A lo largo de su vida escribió 12 libros, de los cuales 9 son poemas. Entre sus libros destacados cuentan Invocación al Paraná, Invocación al grito (1978), Invocación guaraní (1984), Paradojas, Ciencia en la poesía (2004) y Cantos en la calle y De magia y misterios. Su obra inédita dejó El Arte de la Comunicación. EL gran invocador, así lo llamaban por sus obras: Invocación al Paraná, Invocación al Grito e Invocación Guaraní. Hoy las letras correntinas lloran la partida de este gran hacedor que tuvo la provincia y el país.
Leyenda del Ambaí, un homenaje del grupo de teatro en recuerdo al gran poeta.
Esta historia sucedió en los orígenes de los tiempos, cuando Ñamandú, el ser superior de los guaraníes, pobló de árboles la tierra que habitaría su pueblo, junto al curso de los ríos de Paraguay, Brasil y el nordeste argentino.
Así fue como los claros de los bosques cercanos al agua se cubrieron de valiosos árboles: de la mítica palmera pindó; del árbol de la palabra-alma: el cedro; de la rosácea imponencia del lapacho; del áureo resplandor del ivrá pytá; del reluciente vaivén de la tacuara ritual y, entre muchos otros, de un árbol muy buscado por la empalagosa dulzura de sus frutos: el ambaí.
Esta planta arbórea tiene su tronco recto y cilíndrico a dieciocho metros. Su corteza externa gris, casi lisa, tiene como unos anillos en los nudos. Todo su interior es hueco, dividido en innumerables celdillas. La copa del ambaí es muy abierta, con pocas ramas, gruesas y largas. Un lrgo pecíolo de felpuda corteza sostiene a la hoja palmilobulada, cuya áspera cara superior es verde oscura y la inferior suave y blanquecina. Las hojas, brotes y corteza del ambaí son medicinales para las vías respiratorias.
Los frutos del ambaí se abren a la luz de la luna y cuelgan en espigas, como dedos. Ellos son tan dulces y empalagosos que hacen la delicia de los niños guaraníes: los mitaí, de los monos aulladores o carayá, de los monos tití, de los azules loritos tuí, de los pájaros, murciélagos, cotatíes y demás animalitos del bosque que se alimentan entre sus ramas o al pie del árbol. Todos ellos ingieren el fruto y luego despiden las semillas, diseminando por todas partes la especie del ambaí.
Por todo esto el ambaí es uno de los árboles más queridos de la región guaraní. Sin embargo, hubo un tiempo en que la planta se puso tan triste que Ñamandú le preguntó.
- Ambaí, ¿Qué te pasa que andás tan triste?
Y el ambaí le contestó:
- Ñamandú, hay unas hormigas arara-a que no solo comen mi fruto, sino que también cortan mis hojas y dificultan mi alimentación y respiración.
- Eso no es justo -dijo Ñamandú-. Voy a traerte otras hormigas para que te defiendan y te protejan. Pero tendrás que darles alimentación y alojamiento.
- ¡Sí, sí, voy a darles casa y alimentos! ¡Que vengan! ¡Gracias, Ñamandú!
Desde entonces, miles de hormigas coloradas, las aztecas, viven alojadas en el interior del tronco y de las ramas del ambaí, en pequeños compartimentos. Cada rama es como un barrio y todo el árbol parece una ciudad.
Así fueron organizando estas pequeñas hormigas durante miles de años, su hábitat en el interior del ambaí. Hábitat que las belicosas hormigas defienden con bravura, convirtiéndose en guardianas del árbol. Ninguna hormiga cortadora sube al ambaí, porque es atacada de inmediato. Hasta algunos insectos depredadores son ahuyentados por el ácido olor que despiden las aztecas. Por otra parte, las hormigas hallan el alimento prometido en unas excrecencias o especie de bolsitas comestibles que el ambaí prepara en la base del pecíolo de sus hojas.
Y aunque por vivir siempre en la oscuridad del tronco las hormigas fueron perdiendo la vista y solo se guían por sus antenas, cuando deben emigrar por causa de las crecientes o porque deben cambiar de residencia, siempre lo hacen a otro joven ambaí.
Este es un claro ejemplo de simbiosis, es decir de interrelación, de convivencia entre dos seres de la naturaleza, un vegetal y un animal, entre el ambaí y la hormiga azteca. Un verdadero gesto de amistad y solidaridad en el ecosistema del mundo guaraní.
Es por eso que Ambaí es un árbol mitológico de la cultura guaraní que simboliza la amistad entre los pueblos.
Extraído del libro: "De Magia y Misterios" cuentos de Godoy Cruz (1996).
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