(Crítica: Por Rodrigo Damian Cantero).
En el marco de la “XXIV Fiesta Provincial del Teatro” del 4 al 6 de septiembre de 2008, el Grupo teatral “Ambaí” decidió presentar para la ocasión “Proyecto Caracol”. Este experimento teatral que combina diferentes lenguajes artísticos (teatro, performance, arte plástico, música, poesía) es una nueva propuesta donde se intenta cumplir una función social de conciencia crítica, buscando también la reflexión sobre la actual sociedad fragmentada.
Su director, José María Gómez Samela, recreó diversas historias cotidianas en las que muchas personas podrían sentirse identificadas.
Pasaron mas de 30 minutos de las 22 y las persona esperaban impacientes fuera de la sala. El frío reinante que cubría el ambiente hizo que los minutos parecieran eternos. Una señora elegantemente vestida charlaba con una de las organizadoras del evento.
Por fin comenzó la obra. Se apagó la escasa luz de afuera. Una música suave y tenue junto a una bailarina toda vestida de negro y con un maquillaje que resaltaba en su rostro, salió e invitó a pasar. Ella fue como una guía que dirigió a cada habitación en las que, más tarde, se desarrollarían las diferentes escenas.
Una escalera angosta y unos cuadro colgados en la pared, muy bien pintados y de colores llamativos recibían al escaso publico que asistió, debido a que sólo se desarrolla para un máximo de 12 personas por función. La música seguía detrás de los espectadores, y a pesar de que era proyectada desde un celular, alimentaba perfectamente el clima de incertidumbre.
El primer hecho transcurrió en una habitación común, con un sillón para dos personas y dos mesas. Por supuesto, los cuadros y los diferentes tipos de arte no dejaron de aparecer en cada una de ellas.
El diálogo comienza cuando una mujer discriminada empieza a relatar sus enojos y su odio hacia la vida. Había sido abandonada por su novio sólo por haberse hecho un tatuaje. La persona que la escuchaba, una maestra, empieza a darle algunos consejos, al mismo tiempo que se emociona y se larga en llantos. Explica todo el esfuerzo que realiza diariamente por no saber cómo manejar a sus alumnos. Es allí donde deja la enseñanza de que algunas pequeñeces de la vida la podemos transformar en un “problemón”, sin darnos cuenta realmente de los verdaderos problemas que existen.
Ambas reflexionan y se estrechan en un abrazo. La música que aparece lentamente marca el final del acto, y nuevamente la bailarina de negro viene en busca de los presentes para llevarlos al próximo episodio.
En este caso, y como en todo el desarrollo de la obra, el público se siente por momentos como en un reality show, porque tiene la posibilidad de observar como espías la vida íntima en diferentes espacios.
En una nueva habitación, y con una ambientación natural: libros, estantes, computadora y sillas, son el contexto. Un joven perteneciente a una de las nuevas tribus urbanas -los “floggers”- realiza sus actividades cotidianas: canta, baila, se prueba diferentes prendas, chequea sus mails y su actualiza su fotolog.
Es en ese momento cuando aparece un actor que encarna el papel de un hombre no comprendido, abandonado por su pareja homosexual, quien decide ahogar sus penas acudiendo al cigarrillo. Entre ellos se entabla una conversación en la que, las diferentes edades, pensamientos y clases sociales pueden diferenciarse perfectamente.
La escena no se detiene; al mismo tiempo, la bailarina traslada a todos hacia otro lugar. En ese nuevo ambiente, rodeado de cuadros, libros y diferentes tipos de artes, un artista apasionado conversa con su alumna que, recientemente, comienza a descubrirse. La charla es totalmente espontánea, como si fuera que ellos están solos en el lugar. Los dos hablan sobre diversos temas y de las diferentes obras que fue realizando su alumna.
“( . . . ) las diferentes edades, pensamientos y clases sociales pueden diferenciarse perfectamente.”
Al participar de la ultima escena, los rostros de los presentes demostraban curiosidad y asombro, ya que nadie sabía que la obra tenía esa temática. El último acto se desarrolló en una habitación normal, un cuarto como cualquier otro. Una mujer y su esposo hablaban de los problemas habituales de parejas e intentan tener relaciones sexuales. El esposo, con la excusa de estar completamente agotado, decide no consumar el acto, rechazando a su mujer. Ella, angustiada, queda mirándolo decepcionada. La única luz roja era insuficiente, pero ambientaba el lugar de una manera especial.
Como último acto, y completamente desorientados en lo que seguiría, la bailarina vuelve y lleva lentamente hasta el lugar en el que se desarrolló la primera escena. En ese espacio, los actores esperaron a los presentes para anunciar el final y el ambiente se llenó de aplausos y felicitaciones.
La docente, la mujer discriminada, el flogger, el hombre no comprendido, el artista apasionado, la mujer despertándose en el arte, los esposos, dos ayudantes y el director comenzaron a dialogar con todos los espectadores y a agradecer por la presencia.
La habitación se vistió de charlas entre los personajes y música, al mismo tiempo que se compartió unas masitas con gaseosas.
Con diferentes argumentos el director e ideólogo, José María Gómez Samela se valió de “espiar” la vida de personas que se fueron desarrollando en espacios desestructurados, donde coexisten personas e historias diferentes. También entrecruzó generaciones, intereses, estilos de vida, ideologías, clases sociales, etc.
Se tocaron temas como la discriminación, la represión, las múltiples sexualidades, las tribus urbanas, el bastardeo a la educación, la cultura y la función social del arte como espacio del alma que resiste ante un contexto adverso. La propuesta juega entre la ficción y la realidad.
Todas las historias se desarrollaron en ambientes perfectamente adecuados para cada escena: fueron lugares comunes.
El argumento de la obra cumple un papel fundamental en el momento de poder calificarla, pero en realidad es cada espectador el que puede hacerlo de una manera mucho mejor. El frío desapareció y la cara de todos los espectadores cambió al finalizar, ya que en la mayoría de los momentos podía apreciarse ese clima de desconcierto general, al no saber de qué manera continuaba todo.
Fue una función muy entretenida, en la que pudo apreciarse perfectamente acciones cotidianas de la vida diaria.
Sólo es apta para un público mayor de 16 años, porque contiene escenas y lenguaje adulto. Es una excelente elección para aquellos que quieran conocer mucho mejor la realidad social que estamos viviendo actualmente, pero de una manera
distinta . . . como espías.
FICHA TÉCNICA:
“PROYECTO CARACOL”
Difusores: Grupo Teatral “Ambaí”
Director e ideólogo: José María Gómez Samela.
Coordinadora: Montserrat Zanini
Elenco: Karina Rojas (bailarina), Sivina Giménez (docente emocional), Mariana Méndez (clown discriminada), Alejandro Pareja (flogger), Ricardo Moriena (hombre no comprendido), Luís Llarens (artista apasionado), Montserrat Carnicer (descubriéndose en el arte), Gabriela Arce (mujer cotidiana), Fernando Martínez (esposo cansado).
Artista Audiovisual: Karina Plotkin.
Artista Sonoros: Alejandro Bojanovich,Paulina Villaba Saiz.
Mecenas: Gustavo Ojeda.
Apoyatura Técnica: Alberto Reyes, Berenice Rodríguez.
Sala: Espacio Taller “Animarte”. San Juan 1232. Corrientes Capital.
Día: Viernes 22.30 hs.
Entrada: $10
En el marco de la “XXIV Fiesta Provincial del Teatro” del 4 al 6 de septiembre de 2008, el Grupo teatral “Ambaí” decidió presentar para la ocasión “Proyecto Caracol”. Este experimento teatral que combina diferentes lenguajes artísticos (teatro, performance, arte plástico, música, poesía) es una nueva propuesta donde se intenta cumplir una función social de conciencia crítica, buscando también la reflexión sobre la actual sociedad fragmentada.
Su director, José María Gómez Samela, recreó diversas historias cotidianas en las que muchas personas podrían sentirse identificadas.
Pasaron mas de 30 minutos de las 22 y las persona esperaban impacientes fuera de la sala. El frío reinante que cubría el ambiente hizo que los minutos parecieran eternos. Una señora elegantemente vestida charlaba con una de las organizadoras del evento.
Por fin comenzó la obra. Se apagó la escasa luz de afuera. Una música suave y tenue junto a una bailarina toda vestida de negro y con un maquillaje que resaltaba en su rostro, salió e invitó a pasar. Ella fue como una guía que dirigió a cada habitación en las que, más tarde, se desarrollarían las diferentes escenas.
Una escalera angosta y unos cuadro colgados en la pared, muy bien pintados y de colores llamativos recibían al escaso publico que asistió, debido a que sólo se desarrolla para un máximo de 12 personas por función. La música seguía detrás de los espectadores, y a pesar de que era proyectada desde un celular, alimentaba perfectamente el clima de incertidumbre.
El primer hecho transcurrió en una habitación común, con un sillón para dos personas y dos mesas. Por supuesto, los cuadros y los diferentes tipos de arte no dejaron de aparecer en cada una de ellas.
El diálogo comienza cuando una mujer discriminada empieza a relatar sus enojos y su odio hacia la vida. Había sido abandonada por su novio sólo por haberse hecho un tatuaje. La persona que la escuchaba, una maestra, empieza a darle algunos consejos, al mismo tiempo que se emociona y se larga en llantos. Explica todo el esfuerzo que realiza diariamente por no saber cómo manejar a sus alumnos. Es allí donde deja la enseñanza de que algunas pequeñeces de la vida la podemos transformar en un “problemón”, sin darnos cuenta realmente de los verdaderos problemas que existen.
Ambas reflexionan y se estrechan en un abrazo. La música que aparece lentamente marca el final del acto, y nuevamente la bailarina de negro viene en busca de los presentes para llevarlos al próximo episodio.
En este caso, y como en todo el desarrollo de la obra, el público se siente por momentos como en un reality show, porque tiene la posibilidad de observar como espías la vida íntima en diferentes espacios.
En una nueva habitación, y con una ambientación natural: libros, estantes, computadora y sillas, son el contexto. Un joven perteneciente a una de las nuevas tribus urbanas -los “floggers”- realiza sus actividades cotidianas: canta, baila, se prueba diferentes prendas, chequea sus mails y su actualiza su fotolog.
Es en ese momento cuando aparece un actor que encarna el papel de un hombre no comprendido, abandonado por su pareja homosexual, quien decide ahogar sus penas acudiendo al cigarrillo. Entre ellos se entabla una conversación en la que, las diferentes edades, pensamientos y clases sociales pueden diferenciarse perfectamente.
La escena no se detiene; al mismo tiempo, la bailarina traslada a todos hacia otro lugar. En ese nuevo ambiente, rodeado de cuadros, libros y diferentes tipos de artes, un artista apasionado conversa con su alumna que, recientemente, comienza a descubrirse. La charla es totalmente espontánea, como si fuera que ellos están solos en el lugar. Los dos hablan sobre diversos temas y de las diferentes obras que fue realizando su alumna.
“( . . . ) las diferentes edades, pensamientos y clases sociales pueden diferenciarse perfectamente.”
Al participar de la ultima escena, los rostros de los presentes demostraban curiosidad y asombro, ya que nadie sabía que la obra tenía esa temática. El último acto se desarrolló en una habitación normal, un cuarto como cualquier otro. Una mujer y su esposo hablaban de los problemas habituales de parejas e intentan tener relaciones sexuales. El esposo, con la excusa de estar completamente agotado, decide no consumar el acto, rechazando a su mujer. Ella, angustiada, queda mirándolo decepcionada. La única luz roja era insuficiente, pero ambientaba el lugar de una manera especial.
Como último acto, y completamente desorientados en lo que seguiría, la bailarina vuelve y lleva lentamente hasta el lugar en el que se desarrolló la primera escena. En ese espacio, los actores esperaron a los presentes para anunciar el final y el ambiente se llenó de aplausos y felicitaciones.
La docente, la mujer discriminada, el flogger, el hombre no comprendido, el artista apasionado, la mujer despertándose en el arte, los esposos, dos ayudantes y el director comenzaron a dialogar con todos los espectadores y a agradecer por la presencia.
La habitación se vistió de charlas entre los personajes y música, al mismo tiempo que se compartió unas masitas con gaseosas.
Con diferentes argumentos el director e ideólogo, José María Gómez Samela se valió de “espiar” la vida de personas que se fueron desarrollando en espacios desestructurados, donde coexisten personas e historias diferentes. También entrecruzó generaciones, intereses, estilos de vida, ideologías, clases sociales, etc.
Se tocaron temas como la discriminación, la represión, las múltiples sexualidades, las tribus urbanas, el bastardeo a la educación, la cultura y la función social del arte como espacio del alma que resiste ante un contexto adverso. La propuesta juega entre la ficción y la realidad.
Todas las historias se desarrollaron en ambientes perfectamente adecuados para cada escena: fueron lugares comunes.
El argumento de la obra cumple un papel fundamental en el momento de poder calificarla, pero en realidad es cada espectador el que puede hacerlo de una manera mucho mejor. El frío desapareció y la cara de todos los espectadores cambió al finalizar, ya que en la mayoría de los momentos podía apreciarse ese clima de desconcierto general, al no saber de qué manera continuaba todo.
Fue una función muy entretenida, en la que pudo apreciarse perfectamente acciones cotidianas de la vida diaria.
Sólo es apta para un público mayor de 16 años, porque contiene escenas y lenguaje adulto. Es una excelente elección para aquellos que quieran conocer mucho mejor la realidad social que estamos viviendo actualmente, pero de una manera
distinta . . . como espías.
FICHA TÉCNICA:
“PROYECTO CARACOL”
Difusores: Grupo Teatral “Ambaí”
Director e ideólogo: José María Gómez Samela.
Coordinadora: Montserrat Zanini
Elenco: Karina Rojas (bailarina), Sivina Giménez (docente emocional), Mariana Méndez (clown discriminada), Alejandro Pareja (flogger), Ricardo Moriena (hombre no comprendido), Luís Llarens (artista apasionado), Montserrat Carnicer (descubriéndose en el arte), Gabriela Arce (mujer cotidiana), Fernando Martínez (esposo cansado).
Artista Audiovisual: Karina Plotkin.
Artista Sonoros: Alejandro Bojanovich,Paulina Villaba Saiz.
Mecenas: Gustavo Ojeda.
Apoyatura Técnica: Alberto Reyes, Berenice Rodríguez.
Sala: Espacio Taller “Animarte”. San Juan 1232. Corrientes Capital.
Día: Viernes 22.30 hs.
Entrada: $10
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